Ella caminaba las mismas plazas,
observaba el molino
mientras el viento astillaba su pálida piel.
Escribía en un cuaderno rojo,
que poco se parecía
a ese verde de palabras sueltas.
Mientras tanto deambulaba sin destino,
por una ciudad que corría a un ritmo escalofriante.
Ella respiraba, como ese martes,
pero esta vez, podía sentir que lo hacía.
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